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miércoles, 4 de enero de 2017

El Madrid que SÍ fue XIV. El Palacio de Oñate

Hoy, primer miércoles del año, os queremos felicitar este 2017 a todos los lectores como corresponde, con un nuevo artículo de “El Madrid que SÍ fue”.

En este post hablaremos del Palacio de Oñate, uno de los palacetes del centro de Madrid tristemente desaparecidos, y que sin embargo, ha sido testigo de importantes acontecimientos de la historia de la capital.

1. Plano de Teixeira, 1656. Detalle del Palacio de Oñate
Nos remontamos al siglo XVI. Algunas de las familias nobiliarias más importantes de España llegaron en esas fechas a Madrid para asentarse permanentemente en la urbe, puesto que desde 1561 se había convertido en la capital del país. Por eso, en el centro de la población se podían encontrar algunos de los palacetes más interesantes de la época.

Así, a finales del siglo se construyó el que se conocería como “Palacio de Oñate” en una zona céntrica de la ciudad, lo que hoy sería una parte de la Puerta del Sol, entre las calles Mayor, Arenal y Travesía del Arenal. Sin embargo, en la época, el edificio no se asomaba a la Puerta del Sol porque existía otro inmueble hacia la plaza, la casa del licenciado Melchor Molina, conocida como la Torrecilla de la Puerta del Sol. Un pequeño callejón separaba estos dos edificios, el callejón de la Duda (ver imagen 1).
2. Fachada del Palacio de Oñate

El acceso principal del después conocido como Palacio de Oñate, como no podía ser de otra manera, se situaba en la calle Mayor, y destacaba su austeridad y elegancia, propias de la arquitectura típica de los Austrias. Un palacio, en general, muy acorde con el barrio en que se encontraba (ver imagen 2).

Sin embargo, hasta el siglo XVII, el Palacio era propiedad del condado de Villamediana. Juan de Tassis y Peralta, II Conde de Villamediana (1582-1622), vivió en esta casa hasta el momento de su muerte. Este hombre es hoy bien conocido en las leyendas populares. Y es que sus amoríos eran de lo más comentado de la época. Parece ser que la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, llegó a ser su amante, y son muchas las anécdotas relacionadas con esta historia las que aún se conocen en la ciudad.

Una de ellas cuenta que el conde llegó a provocar un incendio en el coliseo de Aranjuez durante la celebración del aniversario del rey, solo por poder sacar en brazos a la reina de la fiesta. El rey expresó su enfado tras el acontecimiento, ya que parece que el conde tardó más de lo necesario en devolver a la reina sana y salva.

3. "La muerte del conde de Villamediana",
Manuel Castellano
Sea como fuere, lo cierto es que la noche del 21 de agosto de 1622, alrededor de las 9 de la noche, el conde estaba volviendo a su casa de la calle Mayor en un coche con la única compañía de Luis de Haro, hijo del marqués de Carpio. En el momento en que estaba ya llegando a su domicilio, a la altura del callejón de la Duda, un hombre que llevaba la cara tapada disparó con una ballesta al conde y escapó.

Una famosa pintura de Manuel Castellano titulada “La muerte del conde de Villamediana” (ver imagen 3), propiedad del Museo del Prado pero expuesta en el Museo de Historia de Madrid, retrata el momento en que numerosos vecinos contemplan el cuerpo ya sin vida del conde, una vez se había desplazado el mismo al interior del palacio.

Aún alguien recuerda unos versos, atribuidos a Luis de Góngora, que rezan de la siguiente manera: “Mentidero de Madrid / decidnos ¿quién mató al conde? / ni se sabe, ni se esconde / sin discurso, discurrid:  / dicen que le mató el Cid / por ser el conde Lozano / ¡disparate chabacano! / la verdad del caso ha sido / que el matador fue bellido / y el impulsor soberano”.

4. Palacio de Oñate, con la
fachada de Pedro de Ribera
Y es que todos en la ciudad atribuyeron al monarca Felipe IV el encargo de la muerte del conde por esos escándalos con la reina.
Tanto en los versos como en la pintura hay una referencia a uno de los mentideros de Madrid, el de las Gradas de San Felipe, que se situaba precisamente en las escaleras del convento de San Felipe el Real, frente al Palacio del conde de Villamediana.

A la muerte del conde, sus títulos pasaron a su primo Íñigo Vélez de Guevara y Tassis, conde de Oñate. Por ese motivo, a partir de ese momento, la mansión fue denominada Palacio de Oñate.

No obstante, el mismo pronto cambió su fisonomía. Si cuando se construyó compartía manzana con una de las mancebías más populares de la ciudad (uno de los prostíbulos de la época), a principios del siglo XVIII, la zona comenzaba a tener otro aspecto. De hecho, el palacio se embelleció notablemente cuando el arquitecto Pedro de Ribera le incorporó una fachada barroca con dintel y jambas de piedra berroqueña (ver imagen 4). Un balcón asomaba en esa fachada de Ribera, desde el cual se podían presenciar los acontecimientos más importantes de la calle Mayor. El mismo estaba coronado con el escudo heráldico de la familia Oñate.
5. Demolición del Palacio de Oñate

Pero el tiempo pasó, y Madrid sufrió severas transformaciones. Entre 1857 y 1862, la reforma de la Puerta del Sol llevó consigo la demolición de la Casa del licenciado Molina, y por tanto, la desaparición de la calle de la Duda.

El siglo XX comenzó con los cambios más importantes de nuestra ciudad: el proyecto del metro de Madrid (1913-1919), la construcción de la Gran Vía (1910-1929), y así un largo etcétera.
En esta época se derribaron algunos palacetes del centro para hacer paso a nuevos edificios. Entre ellos, se demolió el Palacio de Oñate (ver imagen 5). Sin embargo, parece que el Ayuntamiento de Madrid, consciente de la importancia de la fachada del arquitecto madrileño, decidió salvarla y guardarla en los almacenes municipales.

6. Casa Palazuelo, de Antonio Palacios
En el solar del palacio se construyó la Casa Palazuelo en 1919 (ver imagen 6), un bello inmueble de Antonio Palacios que hoy tiene uso comercial.
El Ayuntamiento, por su parte, no sabía qué hacer con la portada barroca de Pedro de Ribera.

Pasaron los años, y desde 1928, comenzó a construirse en la zona de la Moncloa la Ciudad Universitaria, una de las obras más ambiciosas de nuestra ciudad.
En ese mismo año, 1928, el rey Alfonso XIII inauguró en el mismo entorno la llamada Casa de Velázquez, una institución cultural francesa en el extranjero dedicada al estudio del hispanismo, que forma a artistas, profesores e investigadores con intercambios entre Francia y los países ibéricos.
7. Casa de Velázquez, 1935

Así, durante la II República (1931-1936), el Ayuntamiento de Madrid decidió ofrecer la fachada de Pedro de Ribera a diversas instituciones, y fue la Casa de Velázquez quien decidió aceptar la propuesta de incorporar la fachada histórica del Palacio de Oñate a su sede.

De esta manera, en 1935, la institución cultural francesa añadió esta portada barroca a su nuevo edificio (ver imagen 7), en un entorno estudiantil y universitario, puesto que en ese año las obras de la Ciudad Universitaria estaban ya muy avanzadas.

8. Casa de Velázquez tras la Guerra Civil

Sin embargo, la Guerra Civil (1936-1939) fue especialmente cruenta en esta zona, con lo que la Casa de Velázquez quedó prácticamente destruida (ver imagen 8), y la fachada no pudo ser restaurada tras la contienda, aunque sí lo fue el edificio que hoy seguimos conociendo como Casa de Velázquez.

Una de tantas pérdidas arquitectónicas que trajo consigo la Guerra Civil, pero que hace que la historia del Palacio de Oñate resulte más melancólica en este apartado de “el Madrid que SÍ fue”.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El Madrid que SÍ fue XIII. Real Pósito de la Villa de Madrid

“El Madrid que no fue” está de vuelta comenzando esta 3ª temporada, a la que venimos con más ganas que nunca de conocer un poco más nuestra ciudad y comunidad.
Por eso, hoy traemos un nuevo artículo especial de “El Madrid que SÍ fue”.

En el post de hoy, recordaremos uno de esos lugares que llegaron a ser emblemáticos de la Villa, y que, sin embargo, hoy están casi olvidados. Hablamos, en este caso, del Real Pósito de la Villa de Madrid.

Nuestra ciudad, al igual que cualquier municipio histórico, ha pasado por muchas diferentes etapas, y, cómo no, por momentos de bonanza económica, y por otros de penuria. Por motivos de escasez, el trigo ha constituido siempre un alimento básico para los madrileños, y ya desde el Fuero de Madrid de 1202, se han ido promulgando leyes con el fin de que no faltara grano en nuestras calles para la alimentación básica.

No obstante, no fue hasta la época de los Reyes Católicos cuando se construyó el primer pósito de Madrid. Este alholí o granero tenía como fin el almacén de grano para períodos de carestía.
Plano de Teixeira, 1656. Se aprecia el edificio del
Peso de la Harina en la Cava Baja de San Francisco.
artedemadrid.wordpress.com
Además, tenía cierta vocación benéfica, ya que proporcionaba pan a los necesitados, y semillas a los labradores para ayudarles con la siembra, con la condición de que devolvieran ese número de semillas tras la cosecha.

El mismo se situó en la Cava Baja de San Francisco, que hoy conocemos simplemente como “Cava Baja”. Parece que este granero público se dividía en varios edificios: la alhóndiga principal se situaría en el actual número 14 de la calle mencionada, donde hoy se ubica la Posada del Dragón. Frente a la misma, se ubicaría el edificio del Peso de la Harina, en el número 27 de la Cava Baja, la actual Posada de la Villa.

Esta creación de finales del siglo XV, dio lugar a otras posteriores, ya durante la regencia del Cardenal Cisneros, en los alrededores de Madrid: en 1512 se establece el pósito de Alcalá de Henares, en 1513 el de Toledo, y en 1514 el de Torrelaguna.

Es posible que la ubicación de aquella alhóndiga junto a la plaza de Puerta Cerrada, en los aledaños de la actual Plaza Mayor, propiciara la creación de un lugar en que, a partir de 1590 se almacenaba trigo y se controlaban los precios: la Casa de la Panadería.

Vista de pájaro desde la Puerta de Alcalá en 1854.
Grabado de Alfred Guesdon
Años más tarde, hacia 1666, reinando el último monarca de la dinastía de los Austrias en España, Carlos II, aquel pósito de la Cava Baja de San Francisco quedó anticuado, y se trasladó a las afueras de Madrid, a un lugar que hoy en día bien céntrico: los alrededores de la Puerta de Alcalá, prácticamente la confluencia entre el Paseo de Recoletos y la calle de Alcalá con Serrano. De hecho, el tramo de la calle de Alcalá situado entre la actual Plaza de la Independencia y la fuente de la Cibeles, se llegó a llamar calle del Pósito.
Se construyeron allí los conocidos como “Hornos de la Villa”, un espacio en que, además del horno y del granero, se edificó un barrio con 42 casas, el Barrio de Villanueva, la capilla de Nuestra Señora del Sagrario, conocida como el Oratorio de los Hornos de Villanueva, e incluso una fuente. La puerta del conjunto se ubicó frente a los jardines del Palacio del Buen Retiro.

Vista del Real Pósito con la Puerta de Alcalá al fondo, en 1855.
historias-matritenses.blogspot.com

En 1743, bajo el reinado del primer monarca Borbón en España, Felipe V, la Junta de Abastos prohibió la entrada a Madrid del pan de pueblos cercanos, cerrando los Hornos de la Villa, para hacerse cargo de la total compra y almacén del trigo en la ciudad. Por ese motivo se construyó, un par de años más tarde y en ese mismo lugar, un gran edificio que se convirtió en uno de los pósitos más relevantes y notables de todo el país: el Real Pósito de la Villa de Madrid.


Vista de la calle de Alcalá a mediados del
siglo XIX. A la izquierda, el Real Pósito.
A la derecha, los Jardines del Buen Retiro,
donde hoy se ubican edificios como el
Palacio de Cibeles.
historias-matritenses.blogspot.com
Su edificio principal, llamado Santísima Trinidad, era de forma elíptica, y constaba de patio central y dos plantas: la inferior, dividida en 22 habitáculos, servía de almacén de grano a todo aquel que lo quisiera utilizar, siempre y cuando se hiciera cargo de los costes del pesaje. Su capacidad para 40.000 fanegas (1.700 toneladas) eran poco en comparación con lo que esperaba en la planta superior: una sola galería que, según escritos de la época era “impresionante”, ya que tenía capacidad para 100.000 fanegas (4.325 toneladas), algo más que sorprendente, teniendo en cuenta que estamos hablando de un silo del siglo XVIII.

Parece que pronto se quedó pequeño, al ser en ese momento el único alholí de Madrid, con lo que Carlos III se vio obligado a ampliar este espacio. Entre el Real Pósito y el lugar en el que tan solo unos pocos años más tarde situaría su Puerta de Alcalá, mandó construir nuevos edificios con cinco tahonas, con lo que el entorno podría acoger, desde ese momento, un total de un millón de fanegas (43.250 toneladas).

La puerta principal a todo este espacio estaba en el lateral correspondiente al Paseo de Recoletos, existiendo otra secundaria hacia la actual calle de Alcalá.

Demolición del Real Pósito en 1869.
memoriademadrid.es
A finales del siglo XVIII, tras algunos años de malas cosechas, el Pósito se quedó sin fondos, y ya nunca recuperó su esplendor. De hecho, en el siglo XIX algunas de las edificaciones del pósito fueron quedando en desuso, y comenzaron a ser utilizadas como depósito de herramientas o almacén del Teatro Príncipe, e incluso como cuartel.

Poco después, hacia 1869, cuando se comenzó a gestar la Plaza de la Independencia alrededor de la Puerta de Alcalá, y se derribó la cerca que delimitaba Madrid por el este, se constató que el Real Pósito de la Villa ya era una construcción inútil. Gran parte de sus instalaciones estaba desocupada: la idea de mantener graneros públicos para tiempos de escasez fue desapareciendo con el tiempo. El viejo pósito no encontró su hueco en el Madrid del siglo XIX.
Placa en memoria al Real Pósito de
Madrid, de 1664 o 1666 hasta 1863,
aunque fue derribado en 1869.
memoriademadrid.es

Tras su demolición, se edificaron modernos edificios de viviendas en ese mismo lugar, desde los que cierran actualmente la Plaza de la Independencia, hasta el mismísimo Palacio de Linares.

El recuerdo del Real Pósito volvió, sin embargo, a la mente de muchos, unos 70 años después de su cierre y demolición. Y es que tras la Guerra Civil (1936-1939), un alimento tan básico para las clases más modestas como el pan, se llegó a convertir en un artículo de lujo, y se comenzó a racionar la comida. Es especialmente para esos momentos para los que se había construido aquel primer pósito en la época de los Reyes Católicos.

En 1991, el Ayuntamiento de Madrid colocó una placa en la Plaza de la Independencia, recordando el lugar exacto en que se había ubicado aquel mítico Real Pósito, que solo nos queda por grabados y pinturas de la época. 

Un almacén público que ya nadie recuerda, pero que, sin duda alguna, pasa a formar parte de las construcciones más curiosas de este “El Madrid que SÍ fue”.

lunes, 2 de mayo de 2016

El Madrid que SÍ fue XII. La Torre de la Parada

Hoy, 2 de mayo, celebramos el Día de la Comunidad de Madrid, la fiesta regional que conmemora el levantamiento del pueblo madrileño contra las tropas francesas en 1808, lo que se considera el comienzo de la Guerra de la Independencia Española.

Por este motivo, en “El Madrid que no fue” hoy publicamos un nuevo artículo de la sección “El Madrid que SÍ fue”.

1. Vista de la Torre de la Parada.
Félix Castelo (h.1640).
Museo de Historia de Madrid
En este caso, traemos la historia de uno de los edificios fundamentales para la corte española del XVII, la Torre de la Parada, palacete de caza del rey Felipe IV que albergaba auténticas joyas para nuestra cultura, como podrás leer a continuación.

Durante el siglo XVI se construyeron en los alrededores de Madrid monumentos soberbios, como el mismísimo Monasterio de El Escorial entre 1563 y 1584, durante el reinado del monarca Felipe II.
Tan solo unos pocos años antes, en la década de los cuarenta, el mismo personaje, que en aquel momento era el príncipe Felipe, era un gran apasionado de la caza, al igual que serían la mayor parte de los Austrias españoles. Por ello, encargó al arquitecto Luis de Vega la construcción de un lugar de reposo para las largas jornadas de caza en el Monte de El Pardo.

El artista, que ya había realizado las primeras trazas del Alcázar de Madrid, y había comenzado en 1547 las obras del Palacio de El Pardo, se encargó de la edificación de esta pequeña fortaleza en plena naturaleza entre 1547 y 1549.

Lo que erigió fue una edificación de ladrillo, de marcada verticalidad y de planta cuadrada culminada en una torre, que no pasaba de ser una construcción secundaria para los monarcas.

2. Situación de la Torre de la Parada en el Monte de El Pardo
La misma se dividía de la siguiente manera: en el piso superior, un mirador hacía las delicias de todo aquel que desde allí contemplaba el monte madrileño. Bajo esta estancia, la tercera planta se dividía en salón y capilla, la segunda en tres salas, la primera en dos alcobas y un salón, y en la planta baja se situaban las caballerizas.

Pocos cambios sufrió este curioso inmueble, a excepción del nuevo recubrimiento de la torre con un chapitel de pizarra, tan representativo de la dinastía de los Austrias, como se puede observar en edificios madrileños como la Casa de la Villa, las Casas de la Panadería y Carnicería de la Plaza Mayor, y cómo no, el majestuoso Monasterio de El Escorial.

Sin embargo, cuando esta torre se hizo realmente célebre fue ya bien entrado el siglo XVII, durante el reinado del nieto de Felipe II, el monarca Felipe IV.

3. Felipe IV, cazador. Velázquez
El conocido como “Rey Planeta”, que había continuado con la tradición cinegética tan ligada a su familia, decidió encargar en 1636 a Juan Gómez de Mora, artista más que representativo del siglo XVII español, la remodelación de esta pequeña fortaleza.
El arquitecto, precisamente conocido por las obras de la Plaza Mayor de Madrid y de la Casa de la Villa, se encargó de este caserón, que llegó a ser muy frecuentado durante el reinado de Felipe IV.
Juan Gómez de Mora conocía muy bien esta zona, ya que tan solo un año antes, en 1635, había finalizado en las proximidades de este espacio el Palacio de la Zarzuela, otro pabellón de caza, pero con aspecto de recinto palaciego.

La Torre de la Parada fue finalizada, como decimos, con el uso principal de almacén de artefactos de caza, y de reposo durante las cacerías, a unos dos kilómetros del Palacio de El Pardo. Sin embargo, y como ya hemos comentado al comienzo del artículo, aquí se guardaban algunas joyas de nuestra cultura… ¿a qué nos referimos?

4. Vulcano forjando los rayos de
Júpiter. Rubens. 1636-1638
Felipe IV tenía muchas pasiones. Si la caza era una de ellas, su admiración por la pintura era, sin duda, una de las más importantes para este personaje. Su estrecha relación con su pintor de cámara, Velázquez, así lo demuestra. No hay más que echar un vistazo al Museo del Prado para comprender el amor del monarca por el arte pictórico.

Por ello decidió que esta torre sería no solo un lugar de reposo, sino un pequeño museo personal en el que pudiera disfrutar de algunas obras de arte lejos de la pompa de la Corte.

Parece ser que en 1636, el propio Felipe IV redactó  una memoria dando instrucciones precisas para la elaboración de un gran número de lienzos.

El rey encargó a Rubens una serie de pinturas mitológicas, la mayor parte de las cuales trataban asuntos procedentes de la Metamorfosis de Ovidio, un total de sesenta y tres lienzos de gran formato. Catorce de los mismos fueron realizados por el propio Rubens (ver imagen 4), mientras que los restantes fueron firmados por diversos artistas de Amberes en base a los bocetos de Rubens.

5. El Buen Retiro en 1637. Jusepe Leonardo.
Del mismo modo, los pintores barrocos españoles Félix Castelo y Jusepe Leonardo recibieron el encargo de crear una serie dedicada a los Reales Sitios (ver imagen 5).

Pero, como no podía ser de otra manera, Felipe IV guardaba aún espacio en esta Torre de la Parada para otras obras que le encargó a su pintor favorito, Velázquez.
Para este recinto, el genial pintor sevillano aportó tres retratos de caza que hoy adornan las paredes del Museo del Prado: los de Felipe IV (ver imagen 3); su hermano, el cardenal-infante Fernando de Austria; y el príncipe heredero Baltasar Carlos.
Otros cuadros de Velázquez, como los de los filósofos Esopo y Menipo, el del dios Marte, y los retratos de algunos bufones, fueron también colgados en este peculiar museo privado.

6. Vista de la Torre de la Parada, finales del siglo XVII.
Anónimo, Madrid, Colección Abelló.
El aspecto original de la Torre de la Parada lo podemos conocer gracias al lienzo de Félix Castello (ver imagen 1), pintado hacia 1640. Sin embargo, un anónimo de finales del siglo XVII perteneciente a la Colección Abelló (ver imagen 6) nos muestra un edificio con algunas modificaciones, con lo que podemos imaginar que había sido remodelado con anterioridad.

En 1700, en un inventario se contaron hasta 176 obras pictóricas dentro de esta construcción, algo sorprendente para una torre de caza.

Precisamente el 1 de noviembre de ese año, Carlos II, el último de los Austrias, murió sin descendencia, lo que dio lugar a la Guerra de Sucesión (1701-1714) que coronó al primer rey Borbón en España, Felipe V.
La muerte de Carlos II marcó el fin de una dinastía y de una época que quedaba atrás, junto con la Torre de la Parada. Y es que durante esa guerra, en 1714, las tropas austriacas provocaron un incendio que acabó con esta singular torre.

7. Restos de la Torre de la Parada en la actualidad
Afortunadamente, las obras pictóricas no perecieron entre las llamas, y la práctica totalidad se conserva aún en el Museo del Prado, aunque muchas de las mismas se encuentren en los depósitos de la institución.

La Torre de la Parada es otra de esas pérdidas de este “Madrid que SÍ fue”, pero por suerte, el edificio no desapareció por completo. Como podrás comprobar en la imagen 7, aún es posible encontrar, entre las sendas naturales del monte de El Pardo, los restos de esta singular edificación, tan representativa del reinado de Felipe IV, y muy próxima también al embalse (ver imagen 2).

¡Si decides hacer una ruta por la zona, no dudes en contarnos tu experiencia!

miércoles, 2 de marzo de 2016

El Madrid que SÍ fue XI. El Convento del Espíritu Santo

Durante estas últimas semanas, y esta en concreto, el Congreso de los Diputados está teniendo un protagonismo claro debido a los acontecimientos políticos tan importantes que se están sucediendo. Sin embargo… ¿sabes lo que había en ese mismo lugar antes de construir el Palacio de las Cortes?

En el artículo de hoy proponemos un viaje al siglo XVI, momento en que comienza esta historia. El Madrid de Felipe II se convierte en capital de la Corte en 1561, y la ciudad crece asombrosamente rápido para la época.

Calle del Caballero de Gracia, Jacobo Trenci
o Jacobo de Gracia (1517 - 1619)
Son muchos los personajes históricos que nos deja el Madrid del XVI. Hoy recordaremos la figura de Jacobo Trenci, llamado también Jacobo de Grattis o Jacobo de Gracia (1517-1619), pero más conocido como el Caballero de Gracia.
Este caballero italiano, nacido en Módena, llegó a España como secretario del nuncio apostólico de Gregorio XIII por primera vez en 1566, y se asentó en a nuestra ciudad años más tarde, en la Cuaresma de 1580, cuando ya contaba con 63 años. La misión de su primer viaje era resolver una misión diplomática entre España y la Santa Sede, pero posteriormente eligió vivir en la capital.

Su estancia en Madrid, donde finalmente murió en 1619, fue más que fructífera. Además de adquirir y explotar varias fincas en los aledaños de la calle del Clavel, creando así la calle que lleva su nombre y donde se sitúa el oratorio en que fue enterrado, fundó numerosas iglesias, monasterios y hospitales en la metrópoli. La Fundación del Carmen, el Hospital de italianos en la carrera de San Jerónimo o el Hospital de Convalecientes en la calle ancha de San Bernardo son algunos de estos ejemplos. No en vano, el vertiginoso crecimiento de la ciudad hacía necesaria la creación de todas estas nuevas instituciones. Cuando Felipe II llegó al poder en 1556, Madrid constaba de 9.000 habitantes, y a finales de siglo ya contaba con 83.000.

La figura del modenés es muy relevante para nuestra historia de hoy, y es que, en 1594, el Caballero de Gracia fundó un convento adscrito a una congregación napolitana, la de los Clérigos Regulares Menores. Hablamos del Convento del Espíritu Santo. Para ello, cedió una de las casas de su posesión a estos clérigos.

Poco después, en 1599, parece que, tras unas diferencias entre Jacobo Trenci y los religiosos, estos abandonan esa propiedad del Caballero de Gracia y se trasladan a su ubicación definitiva en la carrera de San Jerónimo.
Se trataba de unos terrenos que Magdalena de Guzmán, II marquesa del Valle de Oaxaca, compró al marqués de Tabara, con el fin de poder construir este convento. Por tanto, la marquesa amparó a estos clérigos, aunque dos años más tarde, acusada de conspirar contra el duque de Lerma, fue desterrada de la Corte.

Convento del Espíritu Santo
con su aspecto desde 1599 hasta 1823.
entredosamores.es
El edificio constaba de convento, iglesia y cementerio, destacando la iglesia con una fachada en la que destacaban dos torreones y un medallón de mármol de Cristo resucitado. Tenía planta de cruz latina y su cúpula sobre las pechinas se elevaba sobre el templo, decorado con pinturas de Luis Velázquez.

El convento fue incrementando su popularidad con el paso de los años, hasta que, en 1823 ocurrió un importante suceso. Luis Antonio de Francia, duque de Angulema, último Delfín de Francia y sobrino del rey Luis XVI, encabezó durante ese año el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis. Su misión era el restablecimiento de la monarquía absoluta en España con la figura de su primo, Fernando VII, hijo y sucesor de Carlos IV.

Había, por tanto, opositores al absolutismo que querían acabar con la vida del Delfín. El mismo, cuando estaba en Madrid en 1823, decidió acudir a la misa en el Convento del Espíritu Santo, y fue en ese momento cuando comenzó un misterioso incendio que no acabó con la vida del francés, pero sí con gran parte del edificio, que tuvo que ser abandonado por los religiosos.

Once años más tarde, en 1834, y tan solo un año después de la muerte del rey absolutista Fernando VII, la reina regente María Cristina de Borbón, decidió otorgar el Estatuto Real, que estableció la configuración bicameral de las Cortes, dividiéndose en el Estamento de Próceres del Reino (la cámara Alta, lo que hoy sería el Senado), y el de Procuradores del Reino (la cámara electiva o cámara Baja, primer antecedente en nuestro país del actual Congreso de los Diputados).

Convento del Espíritu Santo
con su aspecto entre 1834 y 1842.
Se puede apreciar el monumento a Cervantes,
colocado frente al convento en 1834.
madridhaciarriba.blogspot.com
Como es lógico, se decidió buscar una sede para cada una de estas dos cámaras. El Estamento de Próceres del Reino se reunió provisionalmente durante ese año en el Casón del Buen Retiro, trasladándose en 1835 al antiguo Colegio de la Encarnación de religiosos agustinos calzados o Colegio de doña María de Aragón, en la actual plaza de la Marina Española, en el edificio que hoy sigue ocupando el Senado.

Por otra parte, el Estamento de Procuradores del Reino se ubicó desde 1834 en un edificio en ese momento abandonado, el Convento del Espíritu Santo.
La regente María Cristina, reina hasta la mayoría de edad de Isabel II, decidió habilitar la iglesia del convento para acoger la reunión de las Cortes Generales. Se modificó el edificio prácticamente por completo, y en la remodelada fachada se construyó un nuevo pórtico.

La Reina Gobernadora jura la Constitución de 1837
acompañada de su hija Isabel II el 18 de junio de 1837
en el Convento del Espíritu Santo.
www.congreso.es
El Estatuto Real fue suspendido en 1836 tras el Motín de la Granja y se reestableció la vigencia de la Constitución de 1812, “La Pepa”, que establecía unas cortes unicamerales. No fue hasta pasados unos meses cuando, con la entrada en vigor de la Constitución de 1837, se volvió a la legislatura bicameral.

En 1836 había comenzado la desamortización de Mendizábal, por la que numerosos conventos de Madrid pasaron a la historia, y un año más tarde, en 1837, los progresistas, ya en el poder, consideraron que el Convento del Espíritu Santo no era un edificio preparado para ser sede de las Cortes de un país como España. A pesar de la restauración de la construcción, quedaban estancias antiguas del primer edificio religioso, y existían carencias evidentes para poder acoger una institución tan importante para el estado.

Por ese motivo, comenzó su demolición el 21 de marzo de 1842, tras su desamortización, y el 10 de octubre de 1843, tan solo 3 meses después de su proclamación como reina y coincidiendo con el día en que cumplía 13 años, Isabel II puso la primera piedra del nuevo Palacio de las Cortes.

Congreso de los Diputados, inaugurado el 31 de octubre de 1850
y proyectado por Narciso Pascual Colomer.
madridhaciaarriba.blogspot.com
El edificio neoclásico fue construido por el arquitecto Narciso Pascual Colomer (1808-1870), el cual también reformó edificios tan importantes en nuestra ciudad como el Observatorio Astronómico, la Universidad Central, o la iglesia de San Jerónimo el Real, “Los Jerónimos”.

Durante las obras de construcción, los diputados se reunieron en el salón de baile del Teatro Real. Fue el 31 de octubre de 1850 cuando la reina Isabel II pudo inaugurar esta gran obra, tan representativa del Madrid decimonónico, en lo que hoy es la Plaza de las Cortes.

Numerosas reformas, restauraciones y ampliaciones han tenido lugar en este, nuestro actual Congreso de los Diputados. Sin embargo, eso ya forma parte de la historia del nuevo edificio, que nada tiene que ver con aquella institución religiosa. 

¿Quién le iba a decir al Caballero de Gracia, allá por el siglo XVI, que la fundación de aquel primitivo Convento del Espíritu Santo en otro lugar de la capital iba a ser tan relevante para el destino de la política española?

miércoles, 13 de enero de 2016

El Madrid que SÍ fue X. El Asilo de Santa Cristina

Tras una breve pausa vacacional, “El Madrid que no fue” vuelve hoy con más fuerza que nunca, y para inaugurar este 2016 traemos un nuevo artículo de “El Madrid que SÍ fue”.

Proyecto de Belmás y Mathet para un nuevo asilo
En este caso hablaremos de una de las zonas de Madrid que más ha cambiado con el paso de los años: la de Moncloa. Y es que donde hoy conocemos monumentos tales como el Cuartel General del Ejército del Aire (antiguo Ministerio del Aire), el Arco de la Victoria, el Museo de América o el Faro de Moncloa, hace no mucho tiempo existían otros edificios no menos importantes.

Hoy comenzaremos por uno de los más peculiares: el Asilo de Santa Cristina.

El alcalde de Madrid, Alberto Aguilera y Velasco (1842-1913) fue uno de los responsables del aspecto que presentaba el área de la Moncloa a principios del siglo XX. Y es que fue él quien promovió en 1906 el trazado de un lugar de paseo y descanso en las inmediaciones del Palacio de la Moncloa, lo que hoy conocemos como Parque del Oeste.

Asilo de Santa Cristina. Pabellones
Su alcaldía de Madrid fue intermitente entre 1901 y 1910. Sin embargo, su propuesta de creación de un asilo llegó a finales del siglo XIX, cuando era Gobernador de Madrid.

El terreno de la Moncloa fue el elegido para la ubicación de un nuevo asilo en la ciudad, ya que se trataba de un amplio lugar en el que se podría disponer este gran centro.
El complejo y sus treinta pabellones fueron diseñados por los arquitectos Mariano Belmás Estrada y Miguel Mathet y Coloma.

Las obras se comenzaron en 1894 y se finalizaron en abril de 1895, momento en que se inauguró el asilo.

Capilla del Asilo de Santa Cristina
El establecimiento benéfico necesitaba tal número de pabellones para poder dar cobijo a niños, mujeres, hombres y ancianos, así como aulas de talleres para adultos, escuelas para niños, dormitorios, lavadores, secaderos y almacenes, todo ello rodeado por jardines y paseos arbolados. Además, en el centro se situó una bella iglesia de aire colonial, con lo que se trataba de una auténtica pequeña ciudad para los necesitados. En esta última capilla se colocaría, entre otros monumentos, una imagen de la Inmaculada Concepción en piedra, que después se conocería como Virgen Blanca.
Comedor del Asilo de Santa Cristina

Se decidió que fueran las Hermanas de la Caridad quienes atendieran a los necesitados que acudieran el centro, el cual se consagró bajo la advocación de Santa Cristina en homenaje a la reina de España María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa del rey Alfonso XII y regente del país en nombre de su hijo Alfonso XIII de 1885 a 1902.

El asilo fue cobrando importancia con el paso de los años, y fue durante la primera década del siglo XX cuando recibió una gran afluencia, atendiendo a setecientas personas diarias. Teniendo en cuenta que en 1900 Madrid contaba con poco más de 575.000 habitantes,  se trataba de un alto número de necesitados los que recibían cobijo en este lugar.

Asilo de Santa Cristina en plena guerra. madridantiguo.es

En 1927 se proyectó junto a este complejo la Ciudad Universitaria, cuya inauguración estaba prevista en 1936. Sin embargo, el comienzo de la Guerra Civil hizo que se truncaran los planes. La batalla de la Ciudad Universitaria, del 15 al 23 de noviembre de 1936,  fue una de las más cruentas de la contienda. Además de las vidas que se perdieron, muchos de los edificios de la zona quedaron destrozados.



Aspecto de la capilla del Asilo
de Santa Cristina en 1937
madrid1936.es
El 15 de noviembre, las tropas sublevadas del General Varela entraron por el Puente de los Franceses a Madrid. El bando republicano usó en primer lugar el asilo como refugio: residencia y lugar de combate. Sin embargo,  tan solo dos días más tarde, el 17 de noviembre, las tropas sublevadas ocuparon el asilo y atacaron el Hospital Clínico de San Carlos. El intenso bombardeo de los días 18 y 19 fue el que más dañó la zona.

El Parque del Oeste tuvo que ser reconstruido tras la Guerra, así como el Hospital Clínico. Sin embargo, no corrió la misma suerte el asilo de Santa Cristina. Los daños habían sido tan profundos que no se podía plantear una reconstrucción, con lo que se decidió derribar lo poco que quedaba en pie.

Ya en la época de posguerra, unos niños encontraron entre los escombros una figura que bien podría considerarse un símbolo de aquel importante asilo: la figura de la Inmaculada Concepción que anteriormente presidía la capilla del complejo, la llamada Virgen Blanca debido al color de la piedra con la que estaba realizada. La figura se colocó en el descampado que había dejado la demolición del asilo. Los estragos de la contienda se podían apreciar, especialmente, en las manos y los pies de la figura.

Templete de la Inmaculada Concepción
En 1954 se construyó un templete  que protegiera esta figura, aunque la inscripción actual bajo la misma data de 1959, y es este monumento el que aún hoy en día nos recuerda la existencia de aquella gran construcción. Su situación entre el Hospital Clínico y el Museo de América en una gran explanada que se conoce como Parque de la Virgen Blanca es la que ocupaba el antiguo asilo de Santa Cristina.

Un triste final para un interesante proyecto que, a pesar de su importancia, desapareció de las calles de Madrid por esa contienda que tanta factura le pasó a nuestra ciudad.