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miércoles, 4 de noviembre de 2015

Los viaductos que no fueron

La calle de Bailén es una de las principales vías de Madrid, en la que se sitúan muchos de los monumentos más importantes de la ciudad. También son muchos los proyectos de los que ya hemos hablado en “El Madrid que no fue” que no llegaron a construirse en esta calle: El Palacio Real de Filippo Juvara, la Plaza de Oriente de González Velázquez, la Catedral que no fue, e incluso el proyecto de Ventura Rodríguez para San Francisco el Grande.

Sin embargo, esta vía no siempre ha sido tan fácilmente transitable como lo es en la actualidad.

Cuesta de los Ciegos en 1960.
En la imagen se puede ver el desnivel, aún
existente, entre la calle de Segovia y la
colina de los Jardines de las Vistillas.
En 1561, Felipe II designó a Madrid como la capital del Reino, y como aquello hizo que la ciudad creciera como nunca antes. Durante el reinado de este monarca, se construyó el Puente de Segovia en el lugar en que había estado el Puente Segoviana, para cruzar el río Manzanares. Se convirtió este entorno, por tanto, en un acceso muy destacado a la ciudad. A través de ese camino se podía llegar al centro del municipio por la actual calle de Segovia, lo que tiempo atrás había sido el arroyo de San Pedro.

Este arroyo, junto a la iglesia de San Pedro el Viejo, es el que había creado el desnivel existente en toda la calle de Segovia, que separa el centro de Madrid en dos colinas.

El problema radicaba en la dificultad de acceder desde la zona del antiguo Alcázar, lo que hoy es el Palacio Real, hasta la otra colina, donde se localizan los Jardines de las Vistillas. Para ello, había que bajar hasta la calle de Segovia, para continuar subiendo por la otra ladera. Ardua tarea si se tiene en cuenta el desnivel.

La necesidad de una pasarela que sorteara el viejo arroyo era más que palpable, pero no fue hasta 1736 cuando Giovanni Battista Sachetti, que se encontraba ya planeando la construcción del Palacio Real, ideó un viaducto que acabara con este tipo de problemas.

Lo que él proponía es que su obra no fuera sólo el Palacio Real. Pretendía construir durante el reinado de Felipe V un conjunto en que el Palacio no fuera más que una de las piezas clave. A él se añadiría una catedral clasicista con una enorme cúpula, y una plaza en forma de exedra de la que partiría el ansiado viaducto.

Proyecto para el conjunto de Palacio Real, catedral, plaza y viaducto de Juan Bautista Sachetti. Museo de Historia de Madrid

El mismo sería una obra grandiosa, en la que destacarían tres arcos triunfales (en el centro y en los extremos) y naves porticadas, que harían que la vista de la cornisa del Manzanares fuera un sueño para todos los visitantes.

Además, entre la calle de Segovia y la Cuesta de San Vicente, en la parte baja del Palacio Real, se colocarían diferentes fuentes, esculturas y escalinatas para adornar los terraplenes artificiales que conectarían el conjunto con el río Manzanares.

Ni la catedral clasicista, con su enorme cúpula en comparación a las torres de la fachada,  ni la nueva plaza, ni el viaducto pudieron ser construidos por falta de recursos. Sí pudo ser finalizado el Palacio Real, donde estableció su residencia habitual Carlos III ya en 1764. El monumento fue finalizado por Francesco Sabatini, pero siguiendo los planos de Juan Bautista Sachetti.

Éste fue el primer proyecto fracasado de un viaducto sobre la calle Segovia, pero como podrás imaginar por el título del artículo, no fue el único.

Pocos años más tarde de todo este proyecto se produjo la invasión francesa en nuestro país. Comenzó a reinar en 1808 José Bonaparte como José I de España. Como es bien sabido, el “rey plazuelas” derribó diversos edificios en la capital para abrir plazas, como la actual Plaza de Oriente. Para su existencia, hubo que demoler el convento de San Gil, el pasadizo de la Encarnación, la iglesia de San Juan, y numerosas casas vecinales.

El urbanismo cobra protagonismo en esos años, y se le encarga al arquitecto real Silvestre Pérez el diseño de un nuevo proyecto para el viaducto.

El arquitecto presenta en 1810 su proyecto para unir el Palacio Real con el lugar donde se celebraban las sesiones de Cortes: el Salón de Cortes, ubicado en aquel momento en la iglesia de San Francisco el Grande.

Proyecto de viaducto de Silvestre Pérez. Maqueta del Museo de Historia de Madrid






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Se plantea la creación de una gran plaza porticada en el lugar en que hoy se encuentra la catedral de la Almudena. Por tanto, se elimina la idea de Sachetti de erigir en este lugar un gran templo.
De la plaza saldría un recio viaducto, que conectaría con otra plaza porticada en la zona de las Vistillas, pero mucho más amplia que la anterior. Este nuevo espacio sería tan grande que uniría el viaducto con San Francisco el Grande sin obstáculos aparte de algunos monumentos que se levantarían en la plaza.

Se trataba de uno de los proyectos más ambiciosos para este entorno, ya que se planteaba cambiar por completo el urbanismo de buena parte del centro de la ciudad.

Hoy en día es posible contemplar una interesante maqueta de este plan en el Museo de Historia de Madrid. Sin embargo, es lo único que podemos ver del conjunto, ya que nunca llegó a ser construido igualmente por falta de recursos. Además, José I dejó de reinar en 1813, con lo que no habría dado tiempo a su finalización.

Primer viaducto de Segovia, inaugurado en 1874
Sorprendentemente, hubo que esperar hasta 1874 para que el Viaducto de Segovia viera por fin la luz, una construcción de hierro y madera de 120 metros de longitud, 13 metros de ancho, y a una altura de 13 metros, ideada por el ingeniero municipal Eugenio Barrón Avignón, que hacía que por fin se unieran en una misma vía el Palacio Real y San Francisco el Grande, la actual calle de Bailén.
Su mal estado de conservación, a pesar de diversas obras de rehabilitación en los años 20 del siglo XX, hizo que tuviera que ser derribado en 1932.

Viaducto actual. Imagen de 1942
Durante ese mismo año, el arquitecto madrileño Francisco Javier Ferrero Llusía ganó el concurso convocado por el Gobierno de la Segunda República para la construcción de un nuevo viaducto. Importantes arquitectos como Secundino Zuazo, creador de los Nuevos Ministerios o de la Casa de las Flores, perdieron este concurso.

El ganador construyó una obra racionalista, que podría ser considerada como el tercer viaducto que no fue. Y es que no se construyó tal y como estaba planeado.

Según el proyecto original de 1932, a cada lado del viaducto se situarían ascensores para facilitar el ascenso y la bajada. De hecho, se planteó incluso que los elevadores fueran aptos para vehículos, e incluso que funcionaran como tranvías, quizás algo similar a los elevadores existentes en Lisboa.

Elevador da Gloria, Lisboa
Finalmente se descartaron estos ascensores, y la obra se inauguró en 1934 siguiendo el proyecto de Ferrero Llusía con pequeñas modificaciones, aunque tuvo que ser reinaugurado en 1942 tras los trabajos de restauración por los desperfectos de la Guerra Civil.

Un mismo desnivel para tres proyectos fallidos, sin embargo, todos ellos diferentes. 

¿Crees que tendría que haberse construido uno de estos viaductos, o el que tenemos en la actualidad es el idóneo para su función?

miércoles, 29 de julio de 2015

El Madrid que SÍ fue V. La Piscina de la Isla

En “El Madrid que no fue” descansamos por vacaciones hasta septiembre. Es por lo que aprovechamos la oportunidad para escribir un nuevo post de la sección “El Madrid que SÍ fue”.

Plano de Teixeira (1656), en el que se puede ver la isla
en la que años después se construiría la Piscina de la Isla
En este caso, y con motivo de la época estival, traemos un tema refrescante y bastante desconocido, a la par que interesante: la Piscina de la Isla.

Durante los últimos años, ha habido algunos intentos por crear algún tipo de playa urbana en Madrid, pero seguramente no con la trascendencia que tuvo la piscina de la que nos ocupamos hoy.

Entre 1914 y 1925 se canalizó el río Manzanares, y son muchos los madrileños que acudían todos los veranos a sus orillas para darse un chapuzón. Aún nuestros mayores recuerdan aquel período en que no era necesario acudir a una piscina para remojarse en los días más calurosos, práctica que cesó en los años 70.

Isla del Manzanares tras la canalización, y antes de la
construcción de la Piscina de la Isla
En 1930 se elaboró un Plan General que daba la posibilidad de crear zonas bañistas en el río de Madrid.

Fue cuando el arquitecto Luis Gutiérrez Soto, enmarcado entre el racionalismo y el art decó, recibió un encargo algo singular. En las cercanías del Puente del Rey, entre la Casa de Campo y la Estación del Norte (Príncipe Pío), había permanecido una pequeña isla tras la canalización del Manzanares.
La misma sería ampliada artificialmente, se le daría forma de buque, y en ella se construiría un recinto de piscinas.

Piscina de la Isla
Así hizo el arquitecto, que ya era conocido en la capital por obras como los cines Callao y el Cine Barceló, y en 1931 se inauguró la Piscina de la Isla. Se trataba de un complejo muy particular, en estilo racionalista, que verdaderamente se convirtió en el barco de Madrid.

La instalación constaba de una piscina al aire libre en la proa del “buque”, otra en la popa, y en medio una piscina cubierta. El agua para los vasos de las mismas se conseguía directamente del río, a través de un sistema de filtrado y clorado.

A cada lado del barco, a babor y a estribor, se situaba una pasarela que daba acceso al buque varado. Al acceder por cada puente, y al atravesar la puerta de entrada, se encontraba una recepción, en la cual se permitía el uso de las instalaciones.
Imagen exterior de la Piscina de la Isla,
e interior de la piscina cubierta
Junto a las piscinas al aire libre, quedaban algunos de los árboles originales de la isla, que daban sombra a los bañistas.

Por el contrario, en el interior de la piscina cubierta, existía un sistema de calefacción, que climatizaba el agua para gozo de los usuarios.
En la parte superior y sujeto por una estructura de hierro, se situaba un lucernario, que además de dar luz a la piscina, se podía abrir para su ventilación. Salvando las distancias, sería un precedente de la moderna cubierta de la Caja Mágica.

Además de los servicios básicos de este tipo de instalaciones (cuartos de baño para hombres y mujeres, restaurante…), existía también una sala de baile, y el recinto era la sede del “Canoe Natación Club”, que hacía uso de él especialmente en invierno.

La instalación, inaugurada durante los años de la II República, fue lamentablemente destruida en 1939, cuando un obús de la Guerra Civil impactó contra la isla. Esta zona de Madrid fue especialmente castigada durante la contienda, y no pocos fueron los edificios que desaparecieron de la ciudad durante este triste periodo.

1939. Obús impacta contra la Piscina de la Isla
Se trataba de una gran pérdida por lo que significaba esta piscina para el verano de la capital. Sin embargo, se trató de reconstruir, aunque no con el esplendor de sus comienzos.

Los bañistas comenzaron a usarlo de nuevo, recordando los años dorados de la Piscina de la Isla, pero el sueño fue efímero de nuevo: el 5 de marzo de 1947, lo que quedaba de este complejo fue arrasado por una riada provocada por unas lluvias torrenciales.

1947. Unas lluvias torrenciales anegan el complejo
Por sorprendente que parezca, el buque fue reconstruido, y durante unos años más, se pudo hacer uso de él, esta vez ya con menos éxito que en las otras ocasiones. No fue hasta 1954, año en que se acometieron unas obras para regular el cauce del río, que la maltrecha Piscina de la Isla fue demolida, y con ella desapareció la isla original.

Así que, la próxima vez que pasees por Madrid Río, en las inmediaciones del Puente del Rey, muy cerca de la zona en la que se encuentra la estación de Príncipe Pío, recuerda que se trata de un lugar muy especial para nuestra ciudad, ya que es donde quedó varado “el buque de Madrid”.
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Y ya no nos queda más que desearos un feliz verano a tod@s, y no lo olvidéis… ¡en septiembre volvemos con más historias de El Madrid que no fue!

miércoles, 1 de octubre de 2014

Madrid, puerto de mar

Nos trasladamos al Madrid de la segunda mitad del siglo XVI. Bajo el reinado del monarca Felipe II, España se convierte en ese Imperio donde no se pone el sol, al tener territorios conquistados repartidos por todo el globo.
El rey decide dejar de tener una Corte itinerante, y en 1561 establece la capital en Madrid.

Es entonces cuando el poder de España parece no tener fin, y al rey le ronda una idea por la cabeza. Si todo era realizable... ¿por qué no hacer de Madrid un puerto de mar? Las riquezas en la época procedían de todo lo que llegaba por mar desde América. ¿Cómo no iba a estar la capital
próxima a toda esta abundancia? El río Manzanares tenía más caudal que el actual, y con algunos arreglos ser podría utilizar para ir desde Madrid hasta Vaciamadrid y allí pasar del Manzanares al Jarama, llegar al Tajo en Aranjuez, y de allí a Lisboa para salir al océano Atlántico (hay que tener en cuenta que Lisboa también pertenecía al Imperio Español desde 1580).
Una auténtica obra de ingeniería para salvar los 600 kilómetros de distancia y los 650 metros de altura que tiene la ciudad. La idea, que según algunos historiadores había sido inculcada al rey por su padre, el monarca Carlos I, pronto se deshecha.

Es en el siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, cuando el “empresario” Carlos Martinengo comienza el proyecto privado del Canal. En 1770 el monarca, mediante una Real cédula, permite la construcción de esta obra, a pesar de que toda la inversión fuera privada. Bien es cierto que ya no era necesario en Madrid un puerto de mar como en la época de Felipe II para conectar con América, pero sí era importante fundamentalmente para transportar materiales, puesto que no existía el ferrocarril.

El proyecto consistía en la creación de diez esclusas, obras hidráulicas destinadas a elevar o descender a los navíos en los ríos para salvar los desniveles. Estas esclusas estarían situadas desde el madrileño Puente de Toledo hasta Vaciamadrid. Allí se conectaría con la Real Acequia del Jarama, un canal destinado al riego para la agricultura ya construido, éste sí, en tiempos de Felipe II. Desde Aranjuez ya se podría navegar por el Tajo con mucha más facilidad hasta Lisboa.

Ya en la construcción de la novena esclusa, Martinengo se arruina por todo lo invertido, y Carlos III decide que el Banco de San Carlos continúe subvencionando esta empresa. Es entonces cuando, al estar apoyado por el monarca, adquiere la denominación de Real Canal de Manzanares. En esta época más de 2 millones de árboles se plantan en el curso del Manzanares.

El embarcadero de Madrid se situó en lo que hoy es el Paseo de Santa María de la Cabeza, en la parte que antes se consideraba “Paseo del Canal”. Además, las esclusas ya construidas se iban aprovechando como molinos, especialmente de harina. Sin embargo, la primera molía mármol para la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro. Por si fuera poco, en los alrededores se estableció una importante industria de construcción, de pólvora, de papel, de caolín (arcilla blanca y muy pura) para la Fábrica de Porcelanas, y de gusanos de seda para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara.

Durante el reinado de Carlos IV, aún en el siglo XVIII, el Canal queda casi en el olvido. Además, unas lluvias torrenciales destruyen una parte del mismo en el 1799. Sin embargo se construye el Canal de Guadarrama, que crea la presa del Gasco en la localidad de Torrelodones y consigue aportar mucho caudal al río Manzanares.

Ya en la época de Fernando VII, en el siglo XIX, el Real Canal se repara y el sueño parece casi finalizado: se construye el embarcadero de Rivas y pequeños barcos pueden navegar por el Manzanares. No se alcanza el esplendor que pretendía Felipe II ni se comienzan las obras para adecuar el río Tajo, pero el Real Canal de Manzanares por fin puede ver la luz.

Es cierto que la Guerra de la Independencia (1808-1814) las obras habían quedado muy dañadas. A pesar de ello, será la llegada del ferrocarril, y más concretamente, la inauguración del Tren de la Fresa (Madrid-Aranjuez) en 1851 por Isabel II cuando el proyecto pierde sentido y las esclusas quedan en desuso.

Hoy en día quedan algunos elementos de este canal en buen estado, (las esclusas y las casas de sus guardeses) y tienen protección BIC (Bien de Interés Cultural). Además existe una Plataforma de Amigos del Real Canal del Manzanares que busca la conservación y difusión de la importancia de estos elementos.


El sueño de Felipe II de 600 kilómetros navegables hasta Lisboa quedó en un trayecto de poco más de 20, pero... ¿quién sabe si algún día Madrid será finalmente navegable?