Mostrando entradas con la etiqueta José I. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta José I. Mostrar todas las entradas

miércoles, 16 de noviembre de 2016

El Gabinete de Historia Natural de Juan de Villanueva

El Museo del Prado es uno de los iconos de nuestra ciudad, un auténtico referente de la cultura y del turismo de la capital. Sin embargo, el edificio que alberga esta institución no fue construido para ser una galería de arte, y tampoco iba a tener el aspecto que conocemos hoy en día. ¿Te animas a conocer su historia?

"El Paseo del Prado y el Paseo de Recoletos desde la fuente de las Cuatro
Estaciones", Antonio González Velázquez, 1790. bne.es
La Ilustración fue un movimiento que se introdujo en España de la mano de Felipe V, el primer monarca de la familia Borbón en nuestro país. Sin embargo, fue su hijo, Carlos III, quien ha pasado a la historia como el rey que más promovió la cultura en Madrid.

Carlos III, proclamado monarca en Madrid el 11 de septiembre de 1759, en su afán por defender el pensamiento ilustrado, decidió construir una ciudad científica en lo que hoy es el centro de la urbe. El Salón del Prado, concebido como reforma urbana de Madrid durante el siglo XVIII bajo el mandato de este rey, pretendía ser uno de los lugares más ligados a la cultura en Europa. Por ello, en los aledaños del Paseo se ubicó el Real Jardín Botánico, el Real Observatorio Astronómico en el cerrillo de San Blas, también se finalizó el Hospital General, donde hoy se halla el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía… y se proyectó la construcción de un edificio para albergar el Gabinete de Ciencias de Historia Natural y la Academia de Ciencias.

Retrato de Juan de Villanueva por
Francisco de Goya y Lucientes, 1805
Esta ciudad científica se llevó a cabo por diferentes arquitectos. Uno de ellos, madrileño y nacido en 1739, llegó a ser el máximo exponente del neoclásico en España gracias al edificio que estaba a punto de construir. Se trataba de Juan Antonio de Villanueva y de Montes, más conocido como Juan de Villanueva.

El arquitecto, que llegó a ser “maestro mayor” o “arquitecto mayor”, construyó edificios como la Casa de Infantes del Real Sitio de Aranjuez, la Casa del Príncipe del Pardo, Las Casitas de Arriba y de Abajo del Real Sitio de El Escorial… pero fue en 1785 cuando ideó su gran obra: el Gabinete de Historia Natural.

Se considera que José Moñino y Redondo, I conde de Floridablanca y Primer secretario de Estado del rey Carlos III, fue quien pensó en la creación de esta “Colina de las Ciencias”. No obstante, fue Juan de Villanueva quien quedaría en el recuerdo de todos los madrileños, gracias a esta obra que estaba a punto de construir.

Villanueva no presentó uno, sino dos proyectos en 1785 para el Gabinete mencionado.
El primer proyecto (imagen A), reflejaba muy bien las características habituales de los edificios de este arquitecto, que a pesar de enmarcarse en el estilo neoclásico, solía hacer referencia al estilo herreriano, puesto que las máximas influencias del artista fueron Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera.

Imagen A. Primer proyecto de Juan de Villanueva para el
Gabinete de Historia Natural. callejeartemadrid.com
Ese primer proyecto destacaba por dividirse en dos partes diferenciadas: en primer término, unos pórticos cubiertos, aunque abiertos al Salón del Prado, darían la bienvenida al visitante. En la época se decía que el Salón era un lugar al que “ir y ser visto”, ya que era el lugar habitual de paseo para los madrileños. Por eso, el Gabinete se abriría a la avenida con este paso porticado en el que se ubicarían monumentos en cada extremo.
En el centro de este pasillo de columnas se encontraría un pequeño patio circular, que serviría de entrada al edificio principal, la segunda parte del conjunto, la que albergaría las instituciones científicas mencionadas, y que salvaría el desnivel existente en la fachada norte con una sencilla rampa para poder colocar allí otra entrada.

Imagen B. Segundo proyecto de Juan de Villanueva para el
Gabinete de Historia Natural. museodelprado.es
El segundo proyecto (imagen B) volvía a ser un edificio neoclásico, pero algo más sencillo al eliminar el paseo porticado, e incluir esas columnas directamente en la edificación principal. De esta forma se eliminaba una de las partes del conjunto, y se incluían sus características más relevantes en la otra.
De la misma manera, el desnivel se salvaría con una rampa.

Fue el rey quien eligió la segunda opción, y  las obras comenzaron durante ese mismo año, 1785. Sin embargo, Carlos III murió en 1788 y no pudo ver la obra completada. De hecho, se conservan algunos planos de la construcción de los años noventa del siglo XVIII que no pudo llegar a ver Carlos III. Estos planos se diseñaron ya durante el reinado de Carlos IV, y en ellos, el arquitecto hizo algún cambio, eliminando el pequeño torreón que había ideado sobre la fachada principal.

Plantas, alzados y perfil del edificio del Gabinete de
Historia Natural, Villanueva. 1796. museodelprado.es
En principio, el edificio se configuraría de la siguiente manera: el Real Gabinete de Historia Natural se situaría en la planta alta, la Academia de Ciencias en la baja, y el salón de juntas en una sala cuadrada que se encontraría en la parte central.

Cuando ya no quedaba mucho para finalizar la construcción del Gabinete, se produjo la invasión napoleónica en España. La Guerra de la Independencia (1808-1814), no solo paralizó las obras del Gabinete, sino que destruyó parte del mismo. Y es que las tropas francesas utilizaron el edificio como cuartel, y fundieron el plomo de cubiertas y canalones para la fábrica de proyectiles.

Tras la Guerra de la Independencia, Napoleón Bonaparte reconoció en 1814 a Fernando VII como rey de España tras el reinado de su hermano, José Bonaparte, con el nombre de José I.
La restauración absolutista se produjo con la figura de este rey Borbón, y tras ella, se continuó la construcción del edificio, pero a cargo de Antonio López Aguado, discípulo de Juan de Villanueva, quien había muerto en 1811. Sin embargo, se llevaron a cabo cambios con respecto al proyecto original, puesto que el edificio debería adaptarse a una nueva actividad: galería de arte.

Se decidió que la obra de Villanueva nunca acogería ese Gabinete de Historia Natural, se convertiría en una galería que acogería la Colección Real, es decir, las obras de arte más importantes de nuestro país, que en ese momento se encontraban en manos de la Familia Real.
Isabel de Braganza, esposa de Fernando VII
Fernando VII tomó la idea de su padre, Carlos IV, que soñaba con un lugar en el que ubicar estas valiosas obras de artistas de la talla de Tiziano, Velázquez o Murillo, por nombrar a alguno de ellos. Fue Fernando VII el monarca que, impulsado por su esposa Isabel de Braganza, decidió llevar a cabo esa tarea.

El proyecto del edificio que finalizó López Aguado era muy similar al que había ideado Villanueva, con algún pequeño cambio. Por ejemplo, el espacio destinado a sala de juntas pasó a ser absidal y no cuadrado, y la fachada trasera también se vio modificada.

Finalmente, el llamado Museo Real de Pintura y Escultura fue inaugurado el 19 de noviembre de 1819 como una dependencia de la Corona, y siguió siendo privado hasta 1868, cuando la reina Isabel II fue destronada. Lamentablemente, en 1818, la reina Isabel de Braganza, que había promovido la creación de este museo, falleció, con lo que no pudo contemplar esta obra, que fue finalizada tan un año después de su muerte.

Años más tarde, tras la desamortización de Mendizábal (1836-1837), se decidió crear el Museo de la Trinidad que agrupara las obras de arte expoliadas a iglesias y monasterios. Este museo se ubicó en el desaparecido convento de la Trinidad Calzada, en la calle Atocha.

Con lo que, a mediados del siglo XIX, existían en Madrid, posiblemente los dos museos de arte más importantes de España en el momento: el Museo Real de Pintura y Escultura, y el de la Trinidad.

En 1865, el director del primero de los museos, Federico de Madrazo, cambió el nombre de esa institución, pasando a denominarse Museo del Prado, haciendo una clara referencia al Salón del Prado en el que se ubicaba.
Poco más tarde, en 1872, Amadeo I anexionó el Museo de la Trinidad al Prado, con lo que esas pinturas y esculturas del convento de la Trinidad Calzada se trasladaron al Prado, donde se han conservado hasta el día de hoy, haciendo de este uno de los museos más importantes del mundo.

Actualmente, reformado y ampliado, el Prado recibe más de dos millones y medio de visitantes al año (2.696.666 visitantes en 2015), que acuden a contemplar los casi 42.000 metros cuadrados de zona museística en este lugar. Aunque no todas las obras se pueden contemplar, ya que gran parte se halla en los depósitos del museo o prestada en exposiciones temporales, el Prado puede presumir de tener más de 27.000 obras de arte.
Museo del Prado en la actualidad

Entre todas estas obras, se encuentran las de artistas tan relevantes como Velázquez, el Greco, Goya, el Bosco, Tiziano, Rubens, Van Dyck, Murillo, Ribera, Zurbarán, Rafael, Veronese, Tintoretto o Fra Angélico, entre muchos otros.

El edificio histórico del Prado, el de Villanueva, no es muy diferente del segundo proyecto que ideó el madrileño. Bien es cierto que el Gabinete de Historia Natural nunca llegó a ver la luz en ese lugar, y que el primer proyecto quedó descartado, pero, gracias a Juan de Villanueva, el museo de arte más importante de nuestro país puede presumir de encontrarse en un edificio neoclásico espectacular, y frente a una avenida histórica para nuestra ciudad, el Paseo del Prado.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Los viaductos que no fueron

La calle de Bailén es una de las principales vías de Madrid, en la que se sitúan muchos de los monumentos más importantes de la ciudad. También son muchos los proyectos de los que ya hemos hablado en “El Madrid que no fue” que no llegaron a construirse en esta calle: El Palacio Real de Filippo Juvara, la Plaza de Oriente de González Velázquez, la Catedral que no fue, e incluso el proyecto de Ventura Rodríguez para San Francisco el Grande.

Sin embargo, esta vía no siempre ha sido tan fácilmente transitable como lo es en la actualidad.

Cuesta de los Ciegos en 1960.
En la imagen se puede ver el desnivel, aún
existente, entre la calle de Segovia y la
colina de los Jardines de las Vistillas.
En 1561, Felipe II designó a Madrid como la capital del Reino, y como aquello hizo que la ciudad creciera como nunca antes. Durante el reinado de este monarca, se construyó el Puente de Segovia en el lugar en que había estado el Puente Segoviana, para cruzar el río Manzanares. Se convirtió este entorno, por tanto, en un acceso muy destacado a la ciudad. A través de ese camino se podía llegar al centro del municipio por la actual calle de Segovia, lo que tiempo atrás había sido el arroyo de San Pedro.

Este arroyo, junto a la iglesia de San Pedro el Viejo, es el que había creado el desnivel existente en toda la calle de Segovia, que separa el centro de Madrid en dos colinas.

El problema radicaba en la dificultad de acceder desde la zona del antiguo Alcázar, lo que hoy es el Palacio Real, hasta la otra colina, donde se localizan los Jardines de las Vistillas. Para ello, había que bajar hasta la calle de Segovia, para continuar subiendo por la otra ladera. Ardua tarea si se tiene en cuenta el desnivel.

La necesidad de una pasarela que sorteara el viejo arroyo era más que palpable, pero no fue hasta 1736 cuando Giovanni Battista Sachetti, que se encontraba ya planeando la construcción del Palacio Real, ideó un viaducto que acabara con este tipo de problemas.

Lo que él proponía es que su obra no fuera sólo el Palacio Real. Pretendía construir durante el reinado de Felipe V un conjunto en que el Palacio no fuera más que una de las piezas clave. A él se añadiría una catedral clasicista con una enorme cúpula, y una plaza en forma de exedra de la que partiría el ansiado viaducto.

Proyecto para el conjunto de Palacio Real, catedral, plaza y viaducto de Juan Bautista Sachetti. Museo de Historia de Madrid

El mismo sería una obra grandiosa, en la que destacarían tres arcos triunfales (en el centro y en los extremos) y naves porticadas, que harían que la vista de la cornisa del Manzanares fuera un sueño para todos los visitantes.

Además, entre la calle de Segovia y la Cuesta de San Vicente, en la parte baja del Palacio Real, se colocarían diferentes fuentes, esculturas y escalinatas para adornar los terraplenes artificiales que conectarían el conjunto con el río Manzanares.

Ni la catedral clasicista, con su enorme cúpula en comparación a las torres de la fachada,  ni la nueva plaza, ni el viaducto pudieron ser construidos por falta de recursos. Sí pudo ser finalizado el Palacio Real, donde estableció su residencia habitual Carlos III ya en 1764. El monumento fue finalizado por Francesco Sabatini, pero siguiendo los planos de Juan Bautista Sachetti.

Éste fue el primer proyecto fracasado de un viaducto sobre la calle Segovia, pero como podrás imaginar por el título del artículo, no fue el único.

Pocos años más tarde de todo este proyecto se produjo la invasión francesa en nuestro país. Comenzó a reinar en 1808 José Bonaparte como José I de España. Como es bien sabido, el “rey plazuelas” derribó diversos edificios en la capital para abrir plazas, como la actual Plaza de Oriente. Para su existencia, hubo que demoler el convento de San Gil, el pasadizo de la Encarnación, la iglesia de San Juan, y numerosas casas vecinales.

El urbanismo cobra protagonismo en esos años, y se le encarga al arquitecto real Silvestre Pérez el diseño de un nuevo proyecto para el viaducto.

El arquitecto presenta en 1810 su proyecto para unir el Palacio Real con el lugar donde se celebraban las sesiones de Cortes: el Salón de Cortes, ubicado en aquel momento en la iglesia de San Francisco el Grande.

Proyecto de viaducto de Silvestre Pérez. Maqueta del Museo de Historia de Madrid






.
Se plantea la creación de una gran plaza porticada en el lugar en que hoy se encuentra la catedral de la Almudena. Por tanto, se elimina la idea de Sachetti de erigir en este lugar un gran templo.
De la plaza saldría un recio viaducto, que conectaría con otra plaza porticada en la zona de las Vistillas, pero mucho más amplia que la anterior. Este nuevo espacio sería tan grande que uniría el viaducto con San Francisco el Grande sin obstáculos aparte de algunos monumentos que se levantarían en la plaza.

Se trataba de uno de los proyectos más ambiciosos para este entorno, ya que se planteaba cambiar por completo el urbanismo de buena parte del centro de la ciudad.

Hoy en día es posible contemplar una interesante maqueta de este plan en el Museo de Historia de Madrid. Sin embargo, es lo único que podemos ver del conjunto, ya que nunca llegó a ser construido igualmente por falta de recursos. Además, José I dejó de reinar en 1813, con lo que no habría dado tiempo a su finalización.

Primer viaducto de Segovia, inaugurado en 1874
Sorprendentemente, hubo que esperar hasta 1874 para que el Viaducto de Segovia viera por fin la luz, una construcción de hierro y madera de 120 metros de longitud, 13 metros de ancho, y a una altura de 13 metros, ideada por el ingeniero municipal Eugenio Barrón Avignón, que hacía que por fin se unieran en una misma vía el Palacio Real y San Francisco el Grande, la actual calle de Bailén.
Su mal estado de conservación, a pesar de diversas obras de rehabilitación en los años 20 del siglo XX, hizo que tuviera que ser derribado en 1932.

Viaducto actual. Imagen de 1942
Durante ese mismo año, el arquitecto madrileño Francisco Javier Ferrero Llusía ganó el concurso convocado por el Gobierno de la Segunda República para la construcción de un nuevo viaducto. Importantes arquitectos como Secundino Zuazo, creador de los Nuevos Ministerios o de la Casa de las Flores, perdieron este concurso.

El ganador construyó una obra racionalista, que podría ser considerada como el tercer viaducto que no fue. Y es que no se construyó tal y como estaba planeado.

Según el proyecto original de 1932, a cada lado del viaducto se situarían ascensores para facilitar el ascenso y la bajada. De hecho, se planteó incluso que los elevadores fueran aptos para vehículos, e incluso que funcionaran como tranvías, quizás algo similar a los elevadores existentes en Lisboa.

Elevador da Gloria, Lisboa
Finalmente se descartaron estos ascensores, y la obra se inauguró en 1934 siguiendo el proyecto de Ferrero Llusía con pequeñas modificaciones, aunque tuvo que ser reinaugurado en 1942 tras los trabajos de restauración por los desperfectos de la Guerra Civil.

Un mismo desnivel para tres proyectos fallidos, sin embargo, todos ellos diferentes. 

¿Crees que tendría que haberse construido uno de estos viaductos, o el que tenemos en la actualidad es el idóneo para su función?

miércoles, 8 de julio de 2015

La Plaza de Oriente de González Velázquez

José I de España, José Bonaparte, reinó en nuestro país desde 1808 hasta 1813. Mucho se ha escrito sobre su período como monarca, cuestionando cada una de las medidas que decidió tomar, ya sea para bien o para mal.

Planos de la Plaza de Oriente de Tomás López (1785)
y su hijo Juan López (1812). Comparación.  atacama.es
Entre varios apodos, como Pepe Botella, destaca el de “El rey Plazuelas”. Y es que, especialmente en Madrid, se pudo ver cómo la fisionomía de la ciudad cambiaba en unos pocos años.

José Bonaparte, al llegar desde Francia, descubre que la capital de España es bastante diferente a las ciudades que conoce. Entre otras cosas, se da cuenta de que no existen casi plazas, constituyendo el centro histórico una auténtica maraña de callejuelas estrechas y oscuras. Por este motivo, decide derribar casas e iglesias para abrir nuevos espacios públicos.

Evolución de la Plaza de Oriente.
tallerdevivencias.blogspot.com
Gracias a esta decisión, los madrileños podemos disfrutar a día de hoy de plazas como la Plaza del Rey, la de Santa Ana, la de la Cebada, y la de Isabel II. Sin embargo, la más controvertida y ambiciosa fue la Plaza de Oriente. Se pretendía abrir un gran espacio desde el que poder admirar toda la grandiosidad del Palacio Real. Se retomaba así la primitiva idea de los arquitectos Giovanni Battista Sachetti y Francesco Sabatini, de los que ya hablamos en el post “El Palacio Real de Filippo Juvara”.

En 1809 comienzan los derribos, dirigidos por Juan de Villanueva, al sur y este del Palacio. Varias manzanas de viviendas, el convento de San Gil, la iglesia de San Juan, y el pasadizo del monasterio de la Encarnación, donde se encontraba la Biblioteca Real, desaparecieron del mapa urbano de la capital.

Maqueta del proyecto de la Plaza de Oriente de
Isidro González Velázquez. Museo de Historia de Madrid
A la vuelta de Fernando VII, la plaza aún no estaba urbanizada, y así quedó durante muchos años. Fue en 1832 cuando Isidro González Velázquez, arquitecto que ya mencionamos en el artículo “Pirámide a las víctimas del Dos de Mayo”, presenta un proyecto que se le había encargado.

Se trataba, por supuesto, de la urbanización de la Plaza de Oriente, la cual el importante arquitecto concibe como un espacio de estética clasicista.

Siguiendo el pensamiento de Sachetti, configura una construcción descubierta de planta circular que se integra a la perfección con la residencia borbónica, al otorgarle González Velázquez un aspecto palaciego.

Maqueta del proyecto de la Plaza de Oriente de
Isidro González Velázquez. Museo de Historia de Madrid
En el centro de la misma se situaría una pequeña exedra, desde la cual se podría admirar, hacia el oeste, el Palacio Real, y hacia el este, el edificio que presidiría la nueva Plaza de Oriente. Y es que sería el Teatro Real el que gobernaría este gran espacio, abrazando metafóricamente la plaza.

Sin embargo, años después, exactamente en 1844 y ya durante el reinado de Isabel II, se decidió construir el proyecto de Narciso Pascual y Colomer, que es el que conocemos en la actualidad. Un proyecto bastante menos monumental, pero más práctico.

Una interesante maqueta del proyecto de González Velázquez se encuentra hoy en día en el Museo de Historia de Madrid, en la calle Fuencarral, con lo que si aún no lo conoces, quizás sea esta la excusa perfecta para ir a visitarlo. ¿Te animas?