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miércoles, 7 de septiembre de 2016

El Madrid que SÍ fue XIII. Real Pósito de la Villa de Madrid

“El Madrid que no fue” está de vuelta comenzando esta 3ª temporada, a la que venimos con más ganas que nunca de conocer un poco más nuestra ciudad y comunidad.
Por eso, hoy traemos un nuevo artículo especial de “El Madrid que SÍ fue”.

En el post de hoy, recordaremos uno de esos lugares que llegaron a ser emblemáticos de la Villa, y que, sin embargo, hoy están casi olvidados. Hablamos, en este caso, del Real Pósito de la Villa de Madrid.

Nuestra ciudad, al igual que cualquier municipio histórico, ha pasado por muchas diferentes etapas, y, cómo no, por momentos de bonanza económica, y por otros de penuria. Por motivos de escasez, el trigo ha constituido siempre un alimento básico para los madrileños, y ya desde el Fuero de Madrid de 1202, se han ido promulgando leyes con el fin de que no faltara grano en nuestras calles para la alimentación básica.

No obstante, no fue hasta la época de los Reyes Católicos cuando se construyó el primer pósito de Madrid. Este alholí o granero tenía como fin el almacén de grano para períodos de carestía.
Plano de Teixeira, 1656. Se aprecia el edificio del
Peso de la Harina en la Cava Baja de San Francisco.
artedemadrid.wordpress.com
Además, tenía cierta vocación benéfica, ya que proporcionaba pan a los necesitados, y semillas a los labradores para ayudarles con la siembra, con la condición de que devolvieran ese número de semillas tras la cosecha.

El mismo se situó en la Cava Baja de San Francisco, que hoy conocemos simplemente como “Cava Baja”. Parece que este granero público se dividía en varios edificios: la alhóndiga principal se situaría en el actual número 14 de la calle mencionada, donde hoy se ubica la Posada del Dragón. Frente a la misma, se ubicaría el edificio del Peso de la Harina, en el número 27 de la Cava Baja, la actual Posada de la Villa.

Esta creación de finales del siglo XV, dio lugar a otras posteriores, ya durante la regencia del Cardenal Cisneros, en los alrededores de Madrid: en 1512 se establece el pósito de Alcalá de Henares, en 1513 el de Toledo, y en 1514 el de Torrelaguna.

Es posible que la ubicación de aquella alhóndiga junto a la plaza de Puerta Cerrada, en los aledaños de la actual Plaza Mayor, propiciara la creación de un lugar en que, a partir de 1590 se almacenaba trigo y se controlaban los precios: la Casa de la Panadería.

Vista de pájaro desde la Puerta de Alcalá en 1854.
Grabado de Alfred Guesdon
Años más tarde, hacia 1666, reinando el último monarca de la dinastía de los Austrias en España, Carlos II, aquel pósito de la Cava Baja de San Francisco quedó anticuado, y se trasladó a las afueras de Madrid, a un lugar que hoy en día bien céntrico: los alrededores de la Puerta de Alcalá, prácticamente la confluencia entre el Paseo de Recoletos y la calle de Alcalá con Serrano. De hecho, el tramo de la calle de Alcalá situado entre la actual Plaza de la Independencia y la fuente de la Cibeles, se llegó a llamar calle del Pósito.
Se construyeron allí los conocidos como “Hornos de la Villa”, un espacio en que, además del horno y del granero, se edificó un barrio con 42 casas, el Barrio de Villanueva, la capilla de Nuestra Señora del Sagrario, conocida como el Oratorio de los Hornos de Villanueva, e incluso una fuente. La puerta del conjunto se ubicó frente a los jardines del Palacio del Buen Retiro.

Vista del Real Pósito con la Puerta de Alcalá al fondo, en 1855.
historias-matritenses.blogspot.com

En 1743, bajo el reinado del primer monarca Borbón en España, Felipe V, la Junta de Abastos prohibió la entrada a Madrid del pan de pueblos cercanos, cerrando los Hornos de la Villa, para hacerse cargo de la total compra y almacén del trigo en la ciudad. Por ese motivo se construyó, un par de años más tarde y en ese mismo lugar, un gran edificio que se convirtió en uno de los pósitos más relevantes y notables de todo el país: el Real Pósito de la Villa de Madrid.


Vista de la calle de Alcalá a mediados del
siglo XIX. A la izquierda, el Real Pósito.
A la derecha, los Jardines del Buen Retiro,
donde hoy se ubican edificios como el
Palacio de Cibeles.
historias-matritenses.blogspot.com
Su edificio principal, llamado Santísima Trinidad, era de forma elíptica, y constaba de patio central y dos plantas: la inferior, dividida en 22 habitáculos, servía de almacén de grano a todo aquel que lo quisiera utilizar, siempre y cuando se hiciera cargo de los costes del pesaje. Su capacidad para 40.000 fanegas (1.700 toneladas) eran poco en comparación con lo que esperaba en la planta superior: una sola galería que, según escritos de la época era “impresionante”, ya que tenía capacidad para 100.000 fanegas (4.325 toneladas), algo más que sorprendente, teniendo en cuenta que estamos hablando de un silo del siglo XVIII.

Parece que pronto se quedó pequeño, al ser en ese momento el único alholí de Madrid, con lo que Carlos III se vio obligado a ampliar este espacio. Entre el Real Pósito y el lugar en el que tan solo unos pocos años más tarde situaría su Puerta de Alcalá, mandó construir nuevos edificios con cinco tahonas, con lo que el entorno podría acoger, desde ese momento, un total de un millón de fanegas (43.250 toneladas).

La puerta principal a todo este espacio estaba en el lateral correspondiente al Paseo de Recoletos, existiendo otra secundaria hacia la actual calle de Alcalá.

Demolición del Real Pósito en 1869.
memoriademadrid.es
A finales del siglo XVIII, tras algunos años de malas cosechas, el Pósito se quedó sin fondos, y ya nunca recuperó su esplendor. De hecho, en el siglo XIX algunas de las edificaciones del pósito fueron quedando en desuso, y comenzaron a ser utilizadas como depósito de herramientas o almacén del Teatro Príncipe, e incluso como cuartel.

Poco después, hacia 1869, cuando se comenzó a gestar la Plaza de la Independencia alrededor de la Puerta de Alcalá, y se derribó la cerca que delimitaba Madrid por el este, se constató que el Real Pósito de la Villa ya era una construcción inútil. Gran parte de sus instalaciones estaba desocupada: la idea de mantener graneros públicos para tiempos de escasez fue desapareciendo con el tiempo. El viejo pósito no encontró su hueco en el Madrid del siglo XIX.
Placa en memoria al Real Pósito de
Madrid, de 1664 o 1666 hasta 1863,
aunque fue derribado en 1869.
memoriademadrid.es

Tras su demolición, se edificaron modernos edificios de viviendas en ese mismo lugar, desde los que cierran actualmente la Plaza de la Independencia, hasta el mismísimo Palacio de Linares.

El recuerdo del Real Pósito volvió, sin embargo, a la mente de muchos, unos 70 años después de su cierre y demolición. Y es que tras la Guerra Civil (1936-1939), un alimento tan básico para las clases más modestas como el pan, se llegó a convertir en un artículo de lujo, y se comenzó a racionar la comida. Es especialmente para esos momentos para los que se había construido aquel primer pósito en la época de los Reyes Católicos.

En 1991, el Ayuntamiento de Madrid colocó una placa en la Plaza de la Independencia, recordando el lugar exacto en que se había ubicado aquel mítico Real Pósito, que solo nos queda por grabados y pinturas de la época. 

Un almacén público que ya nadie recuerda, pero que, sin duda alguna, pasa a formar parte de las construcciones más curiosas de este “El Madrid que SÍ fue”.

jueves, 24 de diciembre de 2015

El Madrid que SÍ fue IX. El Real Alcázar de Madrid

24 de diciembre de 2015. Un día tranquilo, un poco frío, y en las casas ya comienzan los preparativos para la cena de Nochebuena. Una imagen no muy diferente a la que se daba en Madrid en 1734. Los madrileños a estas horas empezaban a celebrar las fiestas con alegría por las calles. Nada podía presagiar la tragedia que estaba a punto de suceder. Pero comencemos por el principio.

Nuestra ciudad tiene su origen en aquella mítica fortaleza árabe del siglo IX que, situada en el solar en el que hoy encontramos el Palacio Real, defendía los territorios musulmanes del sur de la península.

Evolución histórica de la planta del
Real Alcázar de Madrid
Este primitivo recinto amurallado, mandado construir por el emir cordobés Muhamad I (852-886), fue ampliándose poco a poco hasta que, ya en el siglo XV, se convirtió en una de las principales fortalezas de la península por ser residencia temporal de la dinastía de los Trastámara, los reyes de Castilla, los cuales acudían con asiduidad a la población al ser Madrid sede habitual en la convocatoria de Cortes del Reino. Y por ello, historia no le falta a este lugar.

Enrique III de Castilla, “el Doliente” (1379-1406) levantó algunas torres en este castillo musulmán, dando al complejo un aspecto palaciego, mientras que su hijo Juan II (1405-1454) añadió la conocida como “Sala Rica” y construyó la Capilla Real.

Enrique IV (1425-1474) decidió residir en este alcázar durante largas temporadas, motivo por el cual su hija Juana, la conocida como “la Beltraneja”, nació en su interior en 1462.
Tan sólo 14 años más tarde, la ya reina Isabel la Católica (1474-1504) asedió a los seguidores de la Beltraneja en las afueras de este castillo con motivo de las disputas por el trono de Castilla. Es esto lo que provocó que el recinto fuera dañado en su cara externa. Destrozos que se repitieron durante la Guerra de las Comunidades, de 1520 a 1522, ya durante el reinado de Carlos I (1500-1558). Muy poco después de estos daños es cuando llegó preso el rey Francisco I de Francia a esta misma edificación (leer “El Madrid de Francisco I”).

Dibujo de J. Cornelius Vermeyen del viejo alcázar antes de la
ampliación de 1537 de Carlos I (pintado hacia 1534)
A raíz de estos acontecimientos, Carlos I decidió remodelar la fortaleza y convertirla en un palacio renacentista digno de la realeza. A pesar de ello, decidió seguir denominándolo alcázar, como se había hecho hasta el momento.
Las obras comenzaron en 1537, tan solo 3 años después del dibujo realizado por J. Cornelius Vermeyen en el que se puede ver cómo era este espacio con su aspecto aún de castillo musulmán.

Reconstrucción hipotética del Real Alcázar tras las
reformas de Carlos I, hacia 1550
Durante la remodelación se renovaron las dependencias antiguas que rodeaban el Patio del Rey, se construyeron otras nuevas alrededor del Patio de la Reina, y se edificó la Torre del Príncipe hacia el lugar en que hoy se encuentran los Jardines de Sabatini.

Tras el reinado del Emperador, su hijo Felipe II (1527-1598) tomó la trascendental decisión de trasladar la capital de la corte a Madrid en 1561, por lo que la ciudad adquirió la importancia que se puede imaginar al convertirse en la primera capital permanente de la monarquía española. Por este motivo, se adaptó definitivamente el alcázar como residencia palaciega en unas nuevas obras que transcurrieron de 1561 hasta 1598. Se reformó gran parte de las estancias con un proyecto del arquitecto Gaspar de la Vega, y se le encargó a Juan Bautista de Toledo construir la Torre Dorada en un extremo del alcázar, hacia donde hoy se ubica el edificio que acogerá el Museo de Colecciones Reales.

Dibujo de A. Van den Wyngaerde
del Real Alcázar hacia 1567
Este conocido arquitecto también había recibido el encargo de la construcción del Monasterio de El Escorial. Por esa razón, la Torre Dorada estaba rematada por un chapitel de pizarra muy similar a los proyectados para El Escorial.

El extremo norte, hacia los actuales Jardines de Sabatini, se convirtió en un área para el servicio. Por otra parte, la zona más ceremonial se situó al sur, allí donde aún quedaban dos de las torres de la primitiva fortaleza árabe, que también fue remodelada tomando aires de palacio real.
Además, se construyó la Armería Real en el lugar en el que actualmente encontramos la cripta de la catedral de la Almudena.

Dibujo anónimo del Real Alcázar hacia 1596 y 1597 ya
finalizadas las obras encargadas por Felipe II.
En el dibujo se ve un espectáculo de funambulismo
ofrecido por los hermanos Buratines
Felipe III (1578-1621) se encargó de homogeneizar la fachada sur del Alcázar. Para ello, tomó como modelo la recién construida Torre Dorada en este extremo del palacio, y encomendó a Francisco de Mora un nuevo trazado siguiendo el estilo de esta torre. Así se creaba la fachada más interesante de la edificación, la sur, que si estaba rematada en la zona oeste por la mencionada Torre Dorada, finalizaba por la zona este con una nueva Torre, la Torre de la Reina, a imagen de la anterior.
Estas obras duraron de 1610 a 1636, con lo que fue el sobrino del artista, Juan Gómez de Mora, quien finalizó la tarea añadiendo trazas barrocas al proyecto original, además de encargarse de la remodelación de las estancias de la reina.

Maqueta del proyecto de Juan Gómez de Mora para el Real Alcázar
También se remodelaron las tres fachadas restantes dando un aspecto totalmente homogéneo a la estructura, con nuevas columnas y ventanas, y solo respetando la cornisa occidental que da al río Manzanares, manteniendo así las características originales de la fortaleza musulmana por esa parte.

Felipe IV (1605-1665) comenzó las obras del Palacio del Buen Retiro para convertirlo en residencia real, con lo que cesó en la tarea de remodelar el Real Alcázar. Sin embargo, las obras de Juan Gómez de Mora finalizaron en 1636, ya durante el reinado de Felipe IV, con lo que fue durante este período cuando el alcázar alcanzó su máximo esplendor, siendo un auténtico palacio real con un estilo propio.

Pintura del Real Alcázar tras la remodelación de
Juan Gómez de Mora finalizada en 1636
Esta fisionomía se mantuvo durante el reinado de Carlos II (1661-1700), y la Torre de la Reina, hacia el sureste del alcázar, se remató con un chapitel de pizarra, creando así una simetría con la otra torre que se situaba en la fachada sur, la Torre Dorada.

El reinado de los Austrias finalizó con Carlos II, y en 1700 Felipe V (1683-1746), de la dinastía de los Borbones, se convirtió en nuevo rey de España.

A pesar de la majestuosidad que ya inspiraba el Real Alcázar de los Austrias, para el nuevo rey se trataba de una fortaleza austera, bien distinta al entorno palaciego francés de Versalles donde había nacido. Se dice que Felipe V no llegó a apreciar este histórico alcázar, y que sus deseos pasaban por construir un palacio que se convirtiera en nueva residencia real.

Y por fin llegamos a 1734, año con el que comenzábamos el artículo. 24 de diciembre de 1734. La Corte, encabezada por el rey Felipe V, se había desplazado al cercano Palacio de El Pardo para celebrar las fiestas. El Real Alcázar de Madrid, el que era el edificio más importante de la ciudad y quizás del país, guardaba silencio. Sólo el personal del servicio y algún noble se encontraba en su interior preparando la Nochebuena.

Doce de la noche. Se produce el cambio de guardia sin novedad. Nada hace presagiar lo que está a punto de suceder.

Dibujo de Filippo Pallota donde se ve el
Real Alcázar en 1704
Pocos minutos más tarde, a las doce y cuarto, las campanas del Alcázar comienzan a repicar, pero ningún vecino acude al palacio. Seguramente están tocando para llamar a la Misa del Gallo, tradicional de Nochebuena... o al menos eso imaginan los vecinos de Madrid.

Ya de madrugada la noticia corre como la pólvora por las calles de la ciudad: ¡El Real Alcázar se está quemando!

El caos se adueña del lugar. Monjes y centinelas se afanan en despertar a los dormidos y en sacar a las familias y a personas como la marquesa de Fuentehermoso del palacio. La fachada occidental, la que guardaba aún esos rasgos musulmanes, sucumbe en pocas horas. Mientras, otros se afanan en rescatar algunos de los tesoros del palacio. Un cerrajero real corre a la Capilla Real para salvar todo lo que puede de la rica sala. Pero tiene poco tiempo: a las cuatro de la mañana, la citada capilla ya no existe.

Reconstrucción virtual de la fachada oeste que aún
incorporaba elementos de la fortaleza musulmana.
Fue la primera en consumirse por el fuego.
Carmen García Reig. museoimaginado.com
Éste y otros cerrajeros, temerosos de los saqueos, solo abren las puertas a personal del servicio y religiosos, por lo que la operación de rescate de objetos valiosos es bastante lenta.

Una larga noche que parece no tener fin. Y es que el día de Navidad, el 25 de diciembre de 1734, amanece en el Real Alcázar ya con llamas por la práctica totalidad de las estancias. Todos los esfuerzos por apagar el fuego son en balde. Se dice que sobre las cuatro y media de la tarde hay un fuerte viento en la ciudad que aviva más aún las llamas. Mientras tanto y de forma desesperada se trata de salvar todo tipo de alhajas, arcones de plata y madera, cofres con dinero…

El fuego llega al Salón Grande, una de las estancias principales en las que se guarda una infinidad de cuadros, obras de arte que están a punto de desaparecer.
“¡No hay escalera!”, se escucha en el Salón Grande. ¡Algunos de los cuadros están en la parte superior de las paredes, y no hay una escalera para poder bajarlos! Las personas allí presentes sacan los lienzos de la parte baja de la pared de sus marcos y los arrojan por las ventanas. Así se salvan obras de arte, exactamente 1.038, tales como “Carlos V en Mühlberg” de Tiziano, o “Las Meninas” de Velázquez. De hecho, algunos de los cuadros del Museo del Prado aún guardan restos del humo de este incendio.

Boceto de "La expulsión de los Moriscos" de Velázquez
Menos suerte corrieron otros cuadros, al menos 500, entre los que se encontraba la que se consideraba una de las obras de arte más valiosas de Velázquez, “La expulsión de los Moriscos”, o el retrato favorito de Felipe IV que le había pintado Rubens, que desaparecieron en esta quema.
También la práctica totalidad de las obras de las Indias ofrecidas por los conquistadores a los reyes de Castilla desde la época de Colón se perdieron en este incendio catastrófico.

Durante cuatro días se continúa con los trabajos de extinción, que por fin finalizan con un palacio que se ha convertido en pasto de las llamas. Solo quedan en pie un par de fachadas y la Torre del Príncipe.

Cuadros, bulas papales, importantes archivos, derechos reales de las Indias… desaparecen en la fatídica Nochebuena.

Como decimos, una tragedia, una gran pérdida para Madrid y para la historia de España, que no está exenta de polémica.
Y es que, en primer lugar, no era habitual que la familia real no se encontrara en el Real Alcázar. El rey y su familia solían permanecer en el Alcázar en Nochebuena, ya que solían acudir a los maitines de Nochebuena de la Capilla Real.

Más sospechosa es la decisión de Felipe V, tan solo unos pocos días antes del incendio, de trasladar algunas de sus obras de arte favoritas del palacio a otros lugares, razón por la que se pudieron salvar.

El Real Alcázar hacia 1710, pocos años antes de sufrir
el incendio de 1734. Es uno de los últimos dibujos del
palacio. Se trata del diseño que presentaba en el momento
de su desaparición
Y si por esto no fuera poco, la forma en que se extendió el incendio por todo el entorno y, especialmente, la rapidez, no hacen más que aumentar las dudas. A pesar del gran tamaño del recinto, las llamas se expandieron de una manera muy extraña, llegando de una fachada a otra en pocas horas.

En Madrid se comenzó a decir que el rey no había soplado para apagar las llamas, sino para avivarlas.

A los pocos días, Felipe V tomó la decisión de derribar la torre y las dos fachadas que se habían salvado, para poder así construir un palacio real más acorde a sus gustos. Pero esto ya es otra historia diferente, que puedes consultar pinchando aquí: “El Palacio Real de Filippo Juvara”.

Como decimos, una tragedia para Madrid, pero a su vez uno de los episodios más interesantes y con más interrogantes de toda la historia de la ciudad. No obstante, no fue más que uno de los primeros incendios trascendentales de Madrid que han afectado tanto a monumentos de otro tiempo (Plaza Mayor, iglesia de San Ginés en la calle Arenal, convento de San Felipe el Real en la calle Mayor, parroquia de San Luis Obispo en la calle Montera…), como a espacios más modernos (Palacio de Deportes, discoteca Alcalá 20, Torre Windsor…).

Esta noche por primera vez el mensaje de Nochebuena del rey tendrá lugar en el Salón del Trono del Palacio Real. Un lugar histórico, la figura del rey de España… y una noche, la del 24 de diciembre, son los elementos que sin duda a más de uno le traerá a la mente aquel célebre incendio de nuestro querida fortaleza, aquel mítico palacio de los Austrias… el nunca olvidado Real Alcázar de Madrid.