miércoles, 16 de septiembre de 2015

El Madrid que SÍ fue VI. Las Caballerizas Reales

Seguro que has paseado mil veces por los Jardines de Sabatini, junto al Palacio Real. Quizás nunca te hayas preguntado por qué toman ese nombre. ¿Quizás porque fuera Sabatini quien terminara de diseñar el vecino Palacio? ¿O puede que creas que los propios jardines fueron planificados por el propio arquitecto italiano?
En realidad ninguna de las dos respuestas es la acertada. Y es que, en el lugar que hoy ocupa esta apacible zona verde, hasta no hace mucho estuvo la conocida como Real Caballeriza Regalada.

Hagamos un poco de memoria. El Real Alcázar de Madrid, que nació como fortaleza musulmana en el siglo IX, fue destruido por un incendio en la Nochebuena de 1734. Las antiguas caballerizas del Alcázar estaban situadas entre lo que hoy se conoce como plaza de la Armería y la cuesta de la Vega, en el lugar que ocupa la catedral de la Almudena. Fueron construidas entre 1556 y 1564, durante el reinado de Felipe II, pero desaparecieron entre las llamas junto con el Alcázar en 1734. Lo poco que quedaba de ellas fue derribado en 1894 para la construcción de la cripta de la Almudena.

Caballerizas Reales a principios de los años 30 del siglo XX.
Memoria de Madrid
El nuevo Palacio Real, encargado por Felipe V a Juan Bautista Sachetti siguiendo las trazas de Filippo Juvara, fue finalizado en 1764 por Francesco Sabatini, ya durante el reinado de Carlos III.

Sachetti había soñado con un jardín junto al Palacio Real. Sin embargo, en 1764, cuando la edificación se finaliza, la misma no cuenta con ninguna zona verde.

Por el contrario, en 1782 se comienzan a construir las que serán las Caballerizas Reales, que aúnan las Caballerizas del Rey y las de la Reina, y que hasta entonces estaban en diferentes puntos de la ciudad.

Carlos III encargó a Francesco Sabatini esta gran obra debido a la confianza que poseía en él. No en vano, el arquitecto ya había construido una infinidad de importantes monumentos en Madrid, tales como la Real Casa de la Aduana, la Puerta de Alcalá, o la Puerta de San Vicente, sin olvidar la finalización del ya mencionado Palacio Real.

Caballerizas Reales en su fachada por la calle Bailén
Sin embargo, la petición que recibe no se limita a construir un simple establo para animales. Se trata de una auténtica ciudad situada en el norte del Palacio. Un terreno de 27.000 metros cuadrados en los que se construiría un inmenso edificio con forma de polígono irregular para adaptarse al solar en que se encontraba y con dos accesos: el principal por la actual calle Bailén, y otro por la cuesta de San Vicente.

A finales de 1789 finalizan las obras y comienzan a utilizarse estas grandes instalaciones en las que trabajarían centenares de personas a las órdenes, por una parte del Caballerizo Mayor, el Marqués de Villena, y por otra parte del Primer Caballerizo de la Reina.

Sabatini adecuó muy acertadamente el edificio a las dificultades del terreno, y construyó un edificio recio en piedra berroqueña y granito, que superaba en longitud a los muros del propio Palacio.

Caballerizas Reales y calle Bailén desde la plaza de España.
A la izquierda y en primer plano se puede apreciar
la sede de la Real Compañía Asturiana de Minas.
Al fondo y a la derecha asoma el Palacio Real
Además de las cuadras, los abrevaderos y los Reales Picaderos, existían seis patios en esta construcción. El mayor estaba junto a la entrada por la calle Bailén, pero también había otros no menos importantes como el Patio de Mulas, el Patio de Coches, o el Patio del Herradero, donde se localizaban los almacenes de carbón, los herraderos y la fragua.

También contaba este singular edificio con enfermería, zonas de baño frío y caliente para el ganado, cuadras de contagio, botiquín, e incluso una capilla dedicada a San Antonio Abad, patrón de los animales.

El Protoalbeiterato, algo así como el Colegio Oficial de Veterinarios de entonces, tenía su sede de igual manera en este espacio, y las salas del Guardanés General, que se encargaba de cuidar los arneses, llegaba a tener hasta 65 armarios. En ellos se guardaban las ropas de los cocheros, las sillas de montar, y algunos objetos de utillaje.

Casi 2.000 caballos y mulas eran de propiedad de la realeza durante este periodo, pero las Caballeriza Regalada solo tenía capacidad para 500, con lo que muchos tuvieron que ser cuidados en otros lugares próximos a éste. A pesar de ello, hasta 649 animales fueron atendidos en su interior.

Zona del Guardanés General en 1931.
Memoria de Madrid
Lamentablemente, el número de caballos existente en la Real Caballeriza desciende hasta 251 alrededor del año 1814, a la finalización de la Guerra de la Independencia.

En 1830, cuando las Caballerizas iban recuperando la importancia que habían tenido en sus inicios, Fernando VII encargó en la parte del edificio más cercana al Palacio, la construcción del llamado “Cocherón”. Se trataba de una gran cochera rectangular en que se acogieron hasta 100 carruajes. Como curiosidad, el coche más antiguo allí guardado era el que había utilizado Juana I de Castilla, llamada “la loca”, para trasladar el cuerpo de Felipe I de Castilla, “el Hermoso”, hasta el municipio de Tordesillas, según cuenta la tradición.

Algunos de los trabajadores de la Real Caballeriza Regalada, vivían en su interior con familiares, con lo que en 1848 llegaron a vivir allí 486 personas. Cuando decíamos que era una auténtica ciudad, no hablábamos en vano. De hecho, por este motivo se llegó a instalar en el interior una escuela para niños.

Imagen aérea de las Caballerizas Reales, y del "Cocherón",
en su parte más próxima al Palacio Real. Año 1932
En 1931, durante la II República, el Gobierno traspasó todo este espacio al Ayuntamiento de Madrid, y éste, tan sólo un año más tarde, decidió derribar el edificio para seguir la idea original de Sachetti de construir un jardín en esta zona adyacente al Palacio Real, el cual en esta época se denominaba Palacio Nacional.
Es cierto que ya en 1931 existía el Campo del Moro en el lado oeste de la construcción, pero también se quería aprovechar la oportunidad para engrandecer los alrededores del monumento: la calle Bailén dejaría de estar aprisionada entre edificios, y se podría sumar este espacio al abierto por José Bonaparte a principios del siglo XIX conocido como la Plaza de Oriente.

Se abrió un debate en la capital, y tanto el Colegio de Arquitectos como el Patronato del Museo Nacional de Arte Moderno se opusieron a la demolición. Sin embargo, parece que los madrileños apoyaron la idea de tener una zona verde en el lugar de las antiguas caballerizas, y en 1934 se completó la demolición, comenzando en 1935 las obras de los nuevos jardines.

Proyecto de los jardines de Sabatini, publicado en prensa
el 1 de febrero de 1935. BNE
Se trataba de cumplir el deseo del arquitecto Sachetti, pero sin olvidar que en ese espacio se había ubicado un gran edificio de Sabatini. Por ello, antes incluso de comenzar las obras, en 1934 se decidió que los jardines tendrían el nombre del célebre arquitecto. Lamentablemente, no son muchos hoy en día los que conocen esta historia.

Entre ese año y el siguiente, mucho se discutió acerca de los trabajos de construcción. ¿Sería necesario un muro de contención hacia la cuesta de San Vicente? ¿Y sí se edificara un jardín escalonado para no restar perspectiva al Palacio?

En febrero de 1935 se aprobaron las obras, y las llevó a cabo el arquitecto municipal Fernando García Mercadal. Las mismas se paralizaron por la Guerra Civil, y fueron por fin finalizadas en 1950 por Manuel Herrero Palacios, con algunas pequeñas modificaciones, pero respetando a grandes rasgos el proyecto inicial.

Así que, la próxima vez que acudas a los Jardines de Sabatini, trata de imaginar la vida allí en los siglos XVIII y XIX. Seguro que no verás este espacio ajardinado de la misma manera.

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